Hoy no es un día cualquiera. Hoy hace exactamente 15 años
Boca ganaba el partido más importante de su historia. Aquella histórica noche
japonesa con los goles de Palermo para ganarle al Real Madrid y convertirse en
campeones del mundo.
Mucho se ha hablado, mucho se ha mencionado a aquel partido,
pero hoy queremos rendirle un homenaje distinto a aquella gesta histórica y es con
un cuento.
Francisco Maldonado escribió algo sobre aquel partido y lo
tituló como “Perdón Boca”, donde ese escrito alega las justificaciones de la
disculpa.
Lo invitamos a leer este cuento y que cada uno se remonte en
el pasado y recuerde como vivió semejante jornada histórica devenida en fiesta
patria boquense.
Perdón
Boca
Aprovecho que me gusta
escribir y puedo despuntar el vicio de
las letras pidiendo disculpas en público, teniendo en cuenta que cualquiera de
ustedes puede llegar a leer estas líneas.
Lo primero a analizar
es a quien pedirle perdón. ¿Al Club Atlético Boca Juniors? Que es la
institución, que es la estructura edilicia, que tiene dirigentes que gobiernan
y que toman decisiones por los socios que son quienes los eligen.
¿A su hinchada? Que es
parte importantísima y fundamental de ese todo que representa Boca. Capaz de
ganar partidos y generar emociones jamás vistas antes por parte de propios y
extraños.
¿Al plantel? A los
jugadores (los que jugaron ese partido y los que no entraron también), al
cuerpo técnico, a los auxiliares que estuvieron ahí ese día y fueron testigos
privilegiados de semejante hazaña.
Voy a ser generoso
aprovechando que me sincero y saco algo que a los hombres nos cuesta manifestar
como es una disculpa y muchísimo más si es pública, por eso los pongo a todos
en la misma bolsa como a cada pieza que trabaja en ese fenomenal engranaje que
es Boca Juniors y colabora con su granito de arena sin importar qué o cómo lo
hace.
En fin, siendo directo
y yendo al grano quiero disculparme por no haber gritado dos goles de Boca. Sí,
solo de dos goles son los que me debo hacer cargo. Seguro que habrá habido
muchísimos más goles que no los grité por diferentes motivos. Habrán sido el
descuento de una derrota amplia definida, hubo muchísimas goleadas a favor, que
si uno no está en la cancha, difícilmente esos se lleguen a gritar, como el
quinto o el sexto tanto por ejemplo.También algunos amistosos sin demasiada
importancia, en fin muchísimas alternativas que podrían llegar a avalar el NO
grito de gol de tu equipo.
Pero no gritar los dos
goles más importantes de la historia de tu club es demasiado y por eso me hago
cargo y pido perdón. No creo que haya excusas. Sí, varios motivos que hacen que
uno reaccione así o directamente no reaccione, que fue lo que me pasó a mí.
Cuando uno se pone a
analizar cual ha sido el partido más importante de su club o cuales los goles
de mayor importancia, después de poner toda esa información en la balanza y
sacar sus propias conclusiones, puede caer en que cuando pasó eso no había
nacido o era tan chico que ni siquiera era consiente de semejante
acontecimiento.
Mi caso no fue ese,
sino todo lo contrario. Al momento en que se hicieron esos dos goles yo tenía
20 años. Edad suficiente para darme cuenta de lo que está bien, lo que está
mal, de votar, de tomar decisiones y mejor aún, poder intuir o directamente
darme cuenta que si mi equipo juega el partido más importante de su rica
historia y encima lo gana, por decantación, el o los goles que sirvieron para
ese triunfo pasan a ser los más
importantes de la historia del club.
Miles de veces soñé con
ese día, miles de veces soñé con poder ser testigo de ese partido y miles de
veces también imaginé una victoria así con semejante cuco enfrente.
Y si bien todo eso
llegó tarde o temprano, yo no estuve a la altura de un hincha que se precie de
tal si no se gritan los goles. ¿Sabes cuánto tiempo esperé ese momento y esos
dos goles? No fueron los 161 días que pasaron desde aquel 21 de junio donde
Boca le ganó al Palmeiras en el Morumbí e inmediatamente empezara a palpitar
esa final del mundo contra los “Galácticos”.
Fueron años, muchísimos
años, creciendo con la ilusión de estar ahí, queriendo sacar a ColoColo, San
Pablo, a Velez o el que fuese para que allí estuviera la camiseta de Boca para
ganar, subirse al podio eterno y conseguir lo más importante que existe a nivel
de clubes. Más de eso no hay. Al menos hasta que se descubra que hay vida en
otros planetas y se gane un desafío con el campeón de otra galaxia para ganar
la copa Interplanetaria, mientras tanto la Intercontinental es lo máximo.
En lo que siempre me
detuve a pensar es en los motivos que me llevaron a no gritar los goles.
Explicaciones hay muchas, y si se agrupan todas en una misma causa y en un
mismo momento, se podría llegar a entender semejante reacción ante los hechos
que ocurrían. No me escudo ni me defiendo, solo puedo llegar a enumerar las
causas por no gritar los goles, no que estuviera bien.
Creo que lo primero o
lo más grave fue imaginar tantas veces ese partido desde que se sabía que se
iban a enfrentar. Día, hora y posibles formaciones de ambos equipos hacían que
uno vaya sacando conclusiones de antemano. En la mente se iban imaginando los
dos equipos en fila ingresando a la cancha, después todos parados a lo ancho,
árbitros de por medio, antes del saludo de protocolo en un estadio
impecablemente preparado para esa final, y todo lo puntualmente futbolístico.
Cómo sería el primer tiempo, como se podría llegar a jugar el segundo de acuerdo
a lo que hubiese pasado en los primeros 45’. Marcas asignadas, pelotas paradas,
fortalezas y debilidades de ambos y demás agregados que hacen que uno juegue tantos
partidos como cantidad de alternativas posibles que puedan ocurrir. Eso
equivaldría a cientos de partidos jugados antes que se juegue el verdadero.
Así es como llegue a
ese martes de fines noviembre. Sabiendo que podíamos ir ganando, que podíamos
ir perdiendo, que un empate nos llevaría a los penales, en fin, posibilidades y
maneras de manejarse ante tantas alternativas hicieron que si llegaban los
goles de Boca, yo ya sabía, porque lo había imaginado todo.
Claro que cuando llega el
momento, es como que uno se olvida todo y vuelve a empezar otra historia o como
en verdad es lo que ocurre.
Si le sigo agregando
factores, esta vez extra futbolísticos, mas excusas podría tener, pero
insisto, no quiero excusarme.
Fue muy temprano, 7 de
la mañana Argentina, doce horas de diferencia por esa maldita costumbre de los
japoneses en jugar a esa hora. ¿Que les costaría jugar a las 21:00?, no es tan
tarde para ellos y acá serían las 9 AM.
Yo casi sin dormir. Intenté quedarme despierto escuchando la radio y
haciéndoles el aguante a la distancia a los jugadores, pero el sueño o la
tensión acumulada habrán hecho que me termine relajando demasiado y me duerma
cerca de las cuatro.
Ojo que esa opción
también la había evaluado y 10 minutos antes de las 7 puse el despertador para
que sonase lo mas fuerte posible, no vaya a ser cosa que me llegara a despertar
cuando pasó todo.
Ni bien sonó, salté de
la cama mas despierto que nunca a prender la televisión e ir preparando el
mate, amigo inseparable para semejante ocasión.
Sabía que no lo iban a
pasar por tele. Los derechos los había comprado una empresa que mi servidor de
cable no tenía. Igual había que asegurarse y subía y bajaba los canales en
varias oportunidades. Busqué también en los canales brasileros, era una buena
opción teniendo en cuenta que el 3 de ellos era una de las figuras de ese país
y tranquilamente podrían trasmitir ese partido. Pero no, nadie mostraba las
imágenes del partido, solo los canales de noticias tenían móviles en bares con
los hinchas que lo seguían desde ahí.
Muchas noticias del
mundo, de la actualidad de un país que no era la mejor y encima sería mucho
peor más adelante, el clima, como funcionaban los medios de transporte y toda
esa información que llena los espacios de los noticieros bien temprano. Pero de
las imágenes en sí, nada.
De nuevo a la radio y
seguirlo por ahí. Ya empezaba, los equipos parados en sus respectivos campos y
un árbitro que ponía el cronometro en cero para hacer sonar el silbato.
Empezó y todo fue
tensión, nerviosismo, un relato acelerado que mostraba que el partido tenía
vértigo, unos minutos, solo 3 para escuchar ese grito que no fue como cualquier
grito de gol de un relator preparado para eso. Fue un grito de furia, de
hincha, desde adentro y con voces de fondo que también lo sentían así.
Me quedé helado,
primero por la sorpresa, luego esperando y no deseando escuchar que por alguna
de esas malditas cosas del fútbol, un juez de línea levante su banderita o el
mismísimo árbitro vea algo fuera de lo normal y termine anulando el gol.
Por suerte y fortuna no
pasó eso. Me fui aliviando cuando el grito con esa ooo larga seguía festejando la apertura del marcador. De inmediato
volví a la cocina a buscar las imágenes de lo que pasaba. Mas de lo mismo, deportes
que nada tenían que ver con el fútbol, dibujitos animados y canales de noticias
que solo informaban con placas rojas que Boca estaba ganando.
Nuevamente a la pieza a
seguir escuchando, no terminé de acomodarme cuando de nuevo ese grito desprolijo
pero sagrado a la vez informaba un 2 a 0 apenas pasados los cinco minutos.
Debo confesar que no
entendía nada, me agarraba la cabeza y no lo podía creer. Parado junto a la
cama, la mirada perdida y todos los sentidos puestos en los oídos para procesar
toda esa información por demás positiva y que hasta en cierto punto daba un
poco de temor, sobre todo a lo desconocido como era esa situación particular.
¿Que estaba pasando? No puede ser tan fácil ni ser un sueño, algo había, algo
rondaba en el ambiente y era por demás positivo.
Repito que ese partido
lo imaginé miles de veces, pero en ninguno de todos esos partidos mentales se
había pasado por mi cabeza ir ganando 2 a 0 en los primeros cinco minutos.
La sorpresa por el
resultado, el sentirse descolocado al nunca haber esperado ese comienzo, el
estar pendiente de la tele y la radio yendo y viniendo por la casa, el respeto
por demás elevado hacia el campeón de Europa y la revolución estomacal e
intestinal, me habrán llevado a mantenerme en silencio y solo escuchar y
disfrutar a mi manera semejante hazaña que se estaba gestando.
A partir de ese 2 a 0 agarré
la radio, la lleve a la cocina, la puse en la mesa junto con el equipo de mate
y seguía escuchando y haciendo zapping permanentemente. Así fue el primer
tiempo, encima hubo un gol de ellos para que el nerviosismo y el seguir
preocupado porque un gol no es nada, siguiera latente en mi cabeza y en mis
tripas.
Gracias a Dios, a una
producción inteligente, y a un periodista por demás calificado que ponía la
cara, dejaba ver tras su figura trajeada, una pantalla gigante con la
trasmisión oficial del partido en medio de un noticiero matutino.
Así fue todo ese
segundo tiempo. Escuchando la radio esta vez en el comedor, mirando la tele con
el sonido silenciado para ver atrás del periodista detalles en vivo del
partido, por donde andaba la jugada y cómo realmente era lo que pasaba.
El nerviosismo era
igual o capaz un poco mas, es que si te empatan o por esas malditas ocasiones
te lo llegaran a dar vuelta, te queda menos tiempo para poder hacer el gol que
tanto necesitas.
Puteaba bastante cuando
mostraban imágenes de las noticias que daban, en vez de mostrar el partido, mas
allá que haya un tipo adelante que no te deje ver la imagen por completo, pero
algo era algo.
Que me importaba la
guerra en medio oriente o la economía de Estados Unidos, para mí la única
noticia era Boca que jugaba el partido más importante de su historia y encima
lo estaba ganando cuando faltaba poco para terminar.
En los últimos minutos
es como que entré en una meseta que me congeló. De los 40 a los 44 minutos no
recuerdo nada. Shoqueado por los nervios y por todo ese clima desbordante, esos
cinco minutos para mi no existieron. Volví en sí cuando dijeron que se jugaban
3 o 4 minutos de adición. Ahí la sensación era otra. Eran las piernas
temblando, parado esperando el desenlace, el corazón trabajando a revoluciones
por demás exageradas y el grito del final más hermoso que alguna vez podría
llegar a escuchar. “Boca es campeón del mundo”.
Ahí cambie toda esa
ansiedad y nerviosismo por orgullo, garganta anudada y ojos vidriosos que se
apoderaban de mí. Corrí a abrazarme con mi viejo, ese abrazo único, de esos que
pasan cada tanto y la felicidad que expresaba de mi parte el agradecimiento
hacia él por ponerme esta camiseta y en ese momento hacerme sentir el tipo más
feliz del mundo.
Uno a esa edad
considera que no debe llorar, no está bien y menos que lo vean, por eso calculo
que traté de esconder alguna lágrima que se me escapaba y me dedicaba de lleno
a buscar la camiseta y salir a la calle a gritar que Boca, mi Boca era campeón
mundial.
Me fui por las ramas,
quise contar porque no me salió gritar los goles y terminé contando como viví
los 85 minutos esos que estuvieron demás y era inevitable no traer a mi viejo a
este relato.
Espero que me perdonen,
que sepan entender como alguien puede sentir los partidos de una manera un
tanto diferente a como lo vive la gran mayoría.
También al pedir
perdón, generalicé incluyendo a los
jugadores de ese día. Pero ahora me quiero detener en uno en especial y ese es
el señor Martín Palermo.
A él le quiero
agradecer por esos dos goles (y los cientos que vinieron después) y pedirle
también disculpas por no haber gritado esas conquistas.
Su obra cumbre, esos
que lo catapultaron y lo pusieron como ídolo, y yo que no los grito. Si festejé
el primero de todos los que le hizo, una noche de día de semana a
Independiente, si grité su gol numero 100 con la rodilla rota, si grité y
también me emocioné con ese giro eterno seguido de un zurdazo bajo el día que
volvió después de la lesión y cerró el 3 a 0 mas lindo del mundo.
Yo los había gritado a
todos y esos dos no. También me sentía culpable con él, pero el tiempo que es
sabio y paciente, me dio la posibilidad de la revancha y pude gritar con el
corazón ese gol a Grecia con camiseta azul jugando para la selección diez años después.
16 años hacía que no
gritaba un gol de Argentina, y ese lo grité porque era “su” gol, porque se lo
merecía, por lo que representaba el técnico que lo mandó a la cancha y porque sentía
que le debía algo que en ese momento se lo podía pagar.
Espero que me sepan
entender. A veces las situaciones a uno lo desbordan y no se comporta como
debería, si es que hay un deber puntual en moverse en estos aspectos.
No creo haber hecho mal
en no gritar esos dos goles de aquel lejano noviembre del 2000, tampoco sé si
está bien. Al menos siempre me quedó esa espina y hoy me animo a exteriorizarla,
pidiéndole perdón a Boca.
FRANCISCO
MALDONADO
fran-m12@live.com.ar
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